El Firmamento enciende
su imperio y los rayos funden el paisaje en mil colores tornasolados. Ulula el
viento barriendo los campos y haciendo balbucir a los cultivos. Enmudece el
grillo. El mundo comienza a tararear su canto.
Xīn líng, tendida sobre un terreno de hierba, contempla conmovida
el bello despertar sinfónico del mundo. La visión sacude ligeramente sus
pensamientos que seguían anclados en el contraste de un paisaje distinto:
Un enjambre humano, teñido
de negro, clamaba unánime palabras ininteligibles, aireando cartones y blandiendo
féretros. Sumándose al mismo, gente ataviada con palabras extrañas sobre la ropa
enlutada, y añadiendo más interrogantes a su desconcierto.
Xīn líng cierra los ojos, y, con la complicidad del deleite que la
rodea, penetra dulcemente en el cerebro. Camina con delicadeza por tiernas cavidades
hasta llegar al lugar deseado. Las palabras, que dormitaban exhaustas la lectura
de algún libro, asoman al instante, como si les hubieran pulsado algún resorte oculto:
Cuando el mundo da un salto
hacia atrás, dejando en el camino más miseria y desolación, el rechazo es tan grande,
que los colores, a modo de símbolos, necesitan representarse.
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