Cuando Xīn líng cierra los párpados y los abre al mundo imaginario,
el sonido del tiempo se detiene y emergen del silencio melodías. Contempla el
folclore del mar cuando enardece, el debut del viento y la lluvia en el otoño, la
caricia del sol sobre la arena y, sobre todo, escucha con fervor las palabras de
Lola, la maestra.
Como el mar cuando enfurece y embiste, una ola
alterada revolotea por el aire anegando de espuma los oídos. Un zumbido confuso
se desliza por la puerta entreabierta, serpenteando por el aula, amenazante.
Quedaron suspensos los días.
Llegó la penumbra.
Palabras quedas velaron los sueños.
Xīn líng, desconsolada, cierra los ojos y tantea con suavidad
el cerebro buscando palabras de alivio. Éstas se agitan inquietas y
sobrevuela la incertidumbre como respuesta:
Hay comportamientos humanos arbitrarios capaces de malograr
los valores más esenciales. El tiempo se encargará de recomponer lo que el
hombre se empeña en destruir.
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